El arte de la recolección

Ayer me encontré con Daniel, el yerbatero. Nos cruzamos tantas veces por aquí y por allá que terminamos por hacernos amigos. Él y su señora Claudia, recorren kilómetros por los pies de los cerros de Pirque cargando sus sacos de plantas medicinales. 

Hoy veo a Daniel solo, le pregunto por Claudia, por qué no vino. Me cuenta que está cuidando a su hija, que no quiere ir al colegio, que está nerviosa porque esta semana mataron a cinco personas a balazos muy cerca de su colegio en Puente Alto, justo en el local donde compran las colaciones cada mañana. Hablamos un rato, me muestra la cosecha del día (quedo intrigada con el quintral que veo en el saco pero no alcanzo a preguntarle su uso) y nos despedimos…

Daniel y Claudia practican un oficio casi desaparecido, ellos guardan en su memoria la ubicación de cada arbusto o árbol especial, de acuerdo a lo que les enseñó el padre de Daniel. Son expertos en flora nativa medicinal y también plantas introducidas asilvestradas, saben exactamente para qué sirven y dónde encontrarlas. Hacen de médicos, recomendando a sus clientes (pacientes) la infusión precisa para aliviar sus dolencias. Viven de esto, vendiendo sus hierbas en Estación Central y en Puente Alto, haciendo su vida de algo que los demás no vemos, de las malezas que crecen a orillas de caminos y acequias.

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“Éste es el barraco, sirve para la diabetes y el hígado graso”,

intenta enseñarme Daniel por tercera vez. Yo le explico que no lo veo, que no está por dónde yo paso pero él se ríe: “lo pisas sin verlo, siempre está ahí”.

Es lo mágico de la recolección, algo que se perdería se convierte en útil para el que sabe reconocerlo y aprovecharlo. Esa sana relación con la naturaleza, donde ella pide muy poco, sólo ser tomada en cuenta, y a cambio da tanto: medicina, alimento, belleza…

Alguna vez leí que en Finlandia hay una ley que no sólo asegura el paso -y el alojamiento- por terrenos privados, sino que también permite la recolección razonable para que consuma el que pasa por ahí. Puede ser leña, bayas, callampas, lo que esté a la mano, sin molestar, sin que se note y (me imagino yo) dejando para el próximo que va a venir.

Enseñarle a los niños a reconocer las riquezas de la naturaleza es mágico para ellos, los ayuda a memorizar los nombres de las plantas, les da un sentido de seguridad cuando están en el bosque. 

En mi casa somos malos para las infusiones medicinales, a mí se me olvidan en la taza, las apuro mucho o me quemo. Pero nos encanta salir a recolectar moras en el verano, o maquis cuando estamos en el sur. Manzanilla, diente de león para agüitas o dedales de oro para los floreros. Lo repetimos todos los años, lo convertimos en tema de conversación familiar (“¿Están las moras ya? ¿Vendrán hartas este año?”) y poco a poco se han instalado como tradición. Y ya no es verano si no hemos salido a comer moras, no es primavera si no hay un flores silvestres en la cocina. La recolección nos ayuda a ir a ritmo con la naturaleza, adaptarnos a los cambios de estación, a vivir como nuestros antepasados vivieron los últimos ciento cincuenta mil años. 

Esa conexión con la naturaleza tiene efecto calmante, baja la ansiedad, ayuda a ser más creativo y tantas cosas más. La ciencia lo ha estado demostrando los últimos veinte años con infinitos estudios… No lo vemos anunciado en comerciales o en la televisión porque la naturaleza no la fabrica un laboratorio, no la venden grandes corporaciones (al menos por ahora), y está en todos lados: incluso un macetero con una planta hace una diferencia al final del día…

No puedo evitar pensar cómo cambiarían las cosas si todos viviéramos con más plantas a nuestro alrededor. Daniel, Claudia y su hija lo agradecerían. Puente Alto es una comuna con poco acceso a áreas verdes* (a pesar de todos los esfuerzos del municipio), y su nombre está atado en la conciencia colectiva a la violencia y el narcotráfico…  Llamo a Claudia, se desahoga, y conversamos: ¿sería igual si todos en su comuna tuvieran una plaza donde jugar, un parque donde hacer picnic en familia, algo de silencio para escuchar pájaros? Las dos creemos que no, que no sería igual. Que sí haría una diferencia vivir más sencillo, más silencioso y más conectado a la naturaleza.

Ellos recolectan sus hierbas, nosotros moras. ¿Y tú?

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*Puente Alto apareció como la comuna con peor acceso a áreas verdes públicas en la ciudad de Santiago en el estudio “Ciudad con Todos” realizado por el Centro de Políticas Públicas de la UC. Hay que puntualizar, eso sí, que el resultado fue disparejo dentro de la comuna, con sectores bien cubiertos y otros al debe.